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El Derecho necesita espacio.

“Donde todo se ocupa con urgencia, ya no queda lugar para la justicia. El Derecho comienza allí donde alguien deja sitio.”

— Jesús Sánchez-Reolid García

Hay cosas que no mueren por agresión, sino por falta de espacio. Les va faltando sitio poco a poco, hasta que ya no pueden desplegarse, expresarse, moverse. El Derecho, cuando no se le da espacio, se encoge. Y cuando se encoge, deja de proteger.

El Derecho no es una trinchera ni un eslogan. Tampoco un refugio para el poder ni una herramienta para ganar debates. Es algo más sutil, más valioso, más delicado: un espacio de encuentro, de contención, de equilibrios. Un lugar donde las pasiones se moderan, donde los conflictos se procesan, donde los derechos conviven.

Y sin embargo, cada vez le estamos quitando más espacio.

El Estrechamiento del Derecho

Hoy, lo jurídico parece no tener cabida si incomoda al relato dominante. Si una sentencia no gusta, se desacredita. Si una ley pone límites, se tacha de caduca. Si una norma no sirve para atacar al adversario, se ignora.

Ese proceso es insidioso, pero real. No es una ruptura abierta, sino un desplazamiento lento. Se estrecha el campo de lo jurídico hasta convertirlo en un carril único por donde sólo pasan los discursos que convienen. Lo demás se ve como obstáculo.

Y así, el Derecho pierde lo que lo hace valioso: su capacidad para resistir la prisa, contener la furia, crear un margen para pensar antes de decidir.

Los derechos también necesitan forma

Proteger los derechos no es exaltarlos hasta el exceso, sino ubicarlos en un espacio común con otros derechos, otros intereses, otros límites. Sin ese espacio compartido, lo que queda no es libertad, sino unilateralidad.

La forma jurídica no es un adorno. Es el modo en que el Derecho crea estructura, mediación, tiempo y respiro. Sin forma, el derecho se convierte en consigna. Y sin estructura, se vuelve rehén del estado de ánimo del momento.

Poder que ocupa todo, Derecho que retrocede

Cuando el poder político, mediático o social lo quiere ocupar todo, no queda sitio para la moderación, para el procedimiento, para el juicio justo. Todo se llena. Todo se coloniza. Y lo que no cabe, se margina o se ridiculiza.

Pero el Derecho necesita otra cosa. Necesita hueco. Necesita que lo dejen hacer su trabajo sin presión. Que no se le aplique la lógica del “todo o nada”. Que no se lo transforme en espectáculo ni en trinchera.

Abrir espacio es un acto de civilización

Recuperar el espacio del Derecho no es nostalgia jurídica. Es una exigencia democrática. Es la única forma de garantizar que el poder —sea quien sea quien lo tenga— no lo ocupe todo.

La ley es un marco. Un margen. Un recinto. No para encerrar, sino para preservar. Para que nadie —ni siquiera con las mejores intenciones— pueda imponerse sin condiciones.

Dejar espacio al Derecho es dejar espacio al otro

En última instancia, darle espacio al Derecho es darle espacio al otro. Al diferente. Al que piensa distinto. Al que disiente. Sin ese espacio, no hay sociedad. Sólo fuerza.

Por eso, más que nunca, necesitamos ampliar el espacio del Derecho. Hacerle sitio en medio del ruido. Recordar que hay reglas no para frenar el progreso, sino para hacerlo posible sin atropellos.

El Derecho no necesita gritos. Ni aplausos. Solo pide espacio.

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